El costo de la violencia de género
Flor Estela Rentería Medina.
De los talleres de prevención y atención a la violencia de género que se ofrecieron a cientos de mujeres, de diferentes sectores de la sociedad coahuilense, recuerdo una experiencia que me ha motivado a hilvanar estas ideas y sumarme de esta forma a las voces de mujeres y hombres que se pronuncian a favor de eliminar esta atrocidad.
Es difícil y doloroso describir lo que las mujeres reflejaban en sus rostros, cuando se abordaba el tema de la violencia familiar: la mirada de desesperanza y un grito de ayuda, silencioso. Sin embargo, una de ellas se atrevió a tener voz, desgarradora por supuesto, para pedir que alguien fuera a casa de su hermana y convenciera al esposo para que le “permitiera salir”; “le diera permiso” que un médico revisara su seno izquierdo, el cual estaba desproporcionadamente grande, causándole un malestar que no la dejaba vivir.
Sin duda el testimonio es representativo de muchas mujeres que son víctimas de maltrato, el cual se origina en las relaciones de desigualdad y subordinación que impactan negativamente en múltiples aspectos. Pedir permiso, es indicador de una condición generalizada de miles de mujeres mexicanas; refiere el grado de aislamiento en que pueden encontrarse, imposibilitadas de trabajar, incapaces de cuidar de sí mismas, de sus hijos; multiplicando un esquema de dependencia, sin participación en actividades cotidianas, reduciendo las oportunidades que pueden tener de movilidad social, accediendo a la información y mejorando la escolarización propia y la de sus hijos.
El precio que cobra la violencia a la mujer es muy alto, afecta todos los aspectos de su vida intrafamiliar, y se extiende al conjunto de la sociedad de forma determinante. Deteriora los sentimientos de amor propio, autonomía y capacidad para sentir y actuar con independencia, llegando aceptar y ver como natural esta violencia que se ejerce en el hogar, en el trabajo, en la calle.
La violencia contra la mujer, sea violencia de pareja o violencia sexual, constituye un importante problema de salud pública y una contravención de los derechos humanos. En un estudio de la OMS (Organización Mundial de la Salud), realizado en varios países, se detectó que entre un 15% y un 71% de las mujeres refirieron haber sufrido en algún momento violencia física o sexual por parte de su pareja. Se estableció cómo estas formas de violencia producen problemas de salud física, mental, sexual, reproductiva y de otra índole, y pueden aumentar la vulnerabilidad a la infección por el VIH.
En México, según un estudio de Rafael Lozano, la violencia doméstica es la tercera fuente de pérdida de años saludables en mujeres, después de la diabetes y los problemas relacionados con el parto. Además de los problemas de salud física y mental, familiar y social que ocasiona, representa para la economía mexicana, la pérdida de aproximadamente el 12 % del PIB.
A pesar del creciente reconocimiento de la violencia frente a la mujer y los progresos logrados en los últimos años, la información básica sobre la magnitud del problema sigue siendo insuficiente. El gran reto, en mi opinión, es, por un lado, reconocer que no es un problema exclusivo de las mujeres, sino una responsabilidad de todos. Esta violencia es un crimen incalificable y hay que detenerlo a toda costa. Ya no hay tiempo para dejarse llevar por la complacencia ni las excusas. Debemos mostrar la voluntad, la capacidad y la determinación de destinar más recursos, los suficientes y necesarios para la movilización social, capaz de poner fin al presente azote de la humanidad: la violencia contra las mujeres, o el precio será aún más elevado e irremediablemente irreversible.
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